Muy, pero Muy breve historia del cine (2da entrega-Méliès)
Si bien se considera que la primera película narrativa de la historia del cine es el Regador regado (1895), lo cierto es que los Lumiere no creían en el futuro del cine de narración y comercial, de ahí que el resto de sus películas se aboquen esencialmente a documentar.
El primero en darse cuenta de que el cine no sólo servía para captar la realidad sino que también se podía emparentar con el teatro y la ficción fue, curiosamente, un mago llamado Georges Mèliés, que había sido uno de los primeros espectadores de la proyección de los Lumière. Según la leyenda, se dirigió rápidamente a los hermanos para comprarles uno de sus aparatos. Al parecer, éstos intentaron disuadirlo de su propósito, porque estaban convencidos de que la moda de los documentales en movimiento seria efímera, que pasaría tan pronto como se agotara la capacidad de sorpresa del público: el cine, según los hermanos Lumière, no iba a pasar de ser una mera curiosidad científica. Sin embargo, Méliès no desistió en su empeño. Construyó su propia cámara, y empezó a rodar. Mientras filmaba unas escenas en la Place de`l Opèra de París, su cámara se quedó bloqueada durante más de un minuto. Transcurrido ese lapso de tiempo, los vehículos y las personas que llenaban la calle habían cambiado, naturalmente, de posición. Cuando Melies proyecto más tarde el fragmento filmado, comprobó con gran estupor que un tranvía se había convertido en un coche fúnebre, y los hombres eran ahora mujeres. Había nacido en aquel momento el trucaje cinematográfico, y con él la inmensa capacidad del cine para hacer soñar al espectador.
Mèliés aplico pronto las propiedades ilusionistas y evocadoras del trucaje para crear pequeños fragmentos de ficciones imaginarias, pobladas de seres imposibles, con extravagantes decorados pintados a mano en los que desarrollaban situaciones totalmente irreales: Viaje a la luna, El hombre de la cabeza de goma, Viaje a través de lo imposible…
El éxito fue inmediato y estrepitoso. Habia descubierto el elixir que daría larga vida al cine: la fantasía. Si los Lumière habían sabido reproducir la realidad, Méliès, al introducir el truco, supo falsificarla.
Su repertorio fue vastísimo. Èl mismo lo narra: “durante diez años el publico quería ver sólo escenas con trucos… Luego llegué a la farsa. Al final, la practica de los trucos me llevó a reconstruir en los estudios actualidades falsas.” Su actividad fue frenética de 1895 a 1914, cuando dirigió e interpretó alrededor de 4.000 películas breves. Las cifras de sus ganancias fueron astronómicas. Pero en 1914 estalló la guerra, y así destrucciones, requisas y desvalorizaciones redujeron bien pronto a Mèliés a la miseria. En 1928 atendía un pequeño quiosco de golosinas en un vestíbulo de una estación. En 1938 murió solo, en un hospital, el hombre que había descubierto verdaderamente el cine.
Si bien se considera que la primera película narrativa de la historia del cine es el Regador regado (1895), lo cierto es que los Lumiere no creían en el futuro del cine de narración y comercial, de ahí que el resto de sus películas se aboquen esencialmente a documentar.
El primero en darse cuenta de que el cine no sólo servía para captar la realidad sino que también se podía emparentar con el teatro y la ficción fue, curiosamente, un mago llamado Georges Mèliés, que había sido uno de los primeros espectadores de la proyección de los Lumière. Según la leyenda, se dirigió rápidamente a los hermanos para comprarles uno de sus aparatos. Al parecer, éstos intentaron disuadirlo de su propósito, porque estaban convencidos de que la moda de los documentales en movimiento seria efímera, que pasaría tan pronto como se agotara la capacidad de sorpresa del público: el cine, según los hermanos Lumière, no iba a pasar de ser una mera curiosidad científica. Sin embargo, Méliès no desistió en su empeño. Construyó su propia cámara, y empezó a rodar. Mientras filmaba unas escenas en la Place de`l Opèra de París, su cámara se quedó bloqueada durante más de un minuto. Transcurrido ese lapso de tiempo, los vehículos y las personas que llenaban la calle habían cambiado, naturalmente, de posición. Cuando Melies proyecto más tarde el fragmento filmado, comprobó con gran estupor que un tranvía se había convertido en un coche fúnebre, y los hombres eran ahora mujeres. Había nacido en aquel momento el trucaje cinematográfico, y con él la inmensa capacidad del cine para hacer soñar al espectador.
Mèliés aplico pronto las propiedades ilusionistas y evocadoras del trucaje para crear pequeños fragmentos de ficciones imaginarias, pobladas de seres imposibles, con extravagantes decorados pintados a mano en los que desarrollaban situaciones totalmente irreales: Viaje a la luna, El hombre de la cabeza de goma, Viaje a través de lo imposible…
El éxito fue inmediato y estrepitoso. Habia descubierto el elixir que daría larga vida al cine: la fantasía. Si los Lumière habían sabido reproducir la realidad, Méliès, al introducir el truco, supo falsificarla.
Su repertorio fue vastísimo. Èl mismo lo narra: “durante diez años el publico quería ver sólo escenas con trucos… Luego llegué a la farsa. Al final, la practica de los trucos me llevó a reconstruir en los estudios actualidades falsas.” Su actividad fue frenética de 1895 a 1914, cuando dirigió e interpretó alrededor de 4.000 películas breves. Las cifras de sus ganancias fueron astronómicas. Pero en 1914 estalló la guerra, y así destrucciones, requisas y desvalorizaciones redujeron bien pronto a Mèliés a la miseria. En 1928 atendía un pequeño quiosco de golosinas en un vestíbulo de una estación. En 1938 murió solo, en un hospital, el hombre que había descubierto verdaderamente el cine.
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